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lunes, 13 de junio de 2011

perdón... ¿qué le debo?


                  "Ningún atentado a mis dominios quedará impune"
           


Y así lo asegura esta inquebrantable dama de hierro. Nada de lo que ella pone en tus manos, o tú no le ofreces, sale gratis. En mi caso, ella me investiga sigilosamente, alegando razones pendientes de pago a sus arcas, y no de Noé precisamente. Me tiene en el punto de mira, y eso, de entrada, ya acojona un poco. Esta dama no se casa con nadie, aunque a mi esta circunstancia me toca el centro del pantalón -con perdón-  porque casado estoy y polígamo no soy, o al menos aún no me he enterado.

Y no hablo de Hacienda, la del ánimo de lucro, sino de otro tipo de Hacienda...

La naturaleza cobra. De hecho, me intenta colar, como el que no quiere la cosa, el peaje de la no-paternidad, cansada ya de esperarme. Cansada ya, que me salga cruz en vez de esa cara...  nueva.
En ocasiones, se me hincha la vena y le monto una que te cagas -yo siempre la he cagado- . Saco mi voz, la más bestia que encuentre, y le doy la brasa con la retahíla mía de ayer, de hoy y de siempre:

"Espere un poco, que Roma no se hizo en una hora (de hecho aún no está acabada), que no encuentro aún conciliarme del todo con las ganas de ser padre". Ella me responde inalterable, altiva y chula que espabile, porque de las cuatro razones por las que me invitó a su reino, tan sólo he cumplido una y media: nacer y crecer.

Tras la breve discusión cotidiana, y en un intento de hacer las paces, ya con mis humos bajados ante su indiscutible poder, le susurro que tengo el cheque en blanco, a falta de la firma también de su futura mamá, para la tercera.

Me mira de arriba a abajo y calla...

Aunque en parte tiene motivos para callar, porque lo de crecer me lo hizo a medio gas, salvo en mi extremo norte vertical, que de eso voy sobrado. Sigo aún enfadado con ella por la putada, con metro setenta de razones para ello y al nacer me hizo llorar, con los ojos ya descosidos y lluviosos de lágrimas, no sé si por la emoción de ver la luz o porque en el fondo quería volver al limbo, viendo el desolador panorama de esta vida artificiosa. Hizo falta sentir el amor de mis padres, para darme cuenta que sólo, por esa razón, merecía la pena venir a este mundo inmundo, iracundo, errabundo, furibundo, tremebundo... y chungo.

En el requisito tres, o de reproducirse, me he hecho el remolón, tirado en el trono de la incertidumbre, y eso a la madre naturaleza no le está gustando un pelo. Sus visitas son bastante frecuentes últimamente, cual mafioso acreedor, recordándome con estrangulamientos y fuertes patadas a mis endorfinas, que tenemos un tema pendiente a resolver. Así que me chantajea e informa que, o rescato pronto a ese cabezón del limbo infantil, o nos veremos las caras más adelante para rendir cuentas ante su viejo, adusto y cascarrabias tribunal.

El enano llorón ahí sigue, sin chupete que llevarse a la boca y esperando, impaciente, los resultados de mis pares o nones a la paternidad. Esperando impaciente también, venir al rincón de la piruleta que la vida debería ser, pero no lo es por cierto, aunque este renacuajo inquieto pida a gritos asomar las ventanas de sus ojos por estos lares de fantasía, deseando jugar este poderoso enanito, con el destino de su madre, con el mío, con sus juguetes, con los juguetes del hijo del vecino y con sus ilusiones aún sin desquebrajar por las hostias de la vida que inexorables llegarán, como llegarán también a todo hijo de vecino. También a ese, el de los juguetes.

Inocente yo, y con ánimo de caerle bien, visto mi boca con sonrisa de medio lado y le pregunto sutilmente: "¿cuánto me va a costar la demora a su normativa? "
Ella, en un alarde de no querer faltar a la verdad, me responde con ceño fruncido y la lengua afilada:

"asistirás a la pubertad de tu hijo con psoriasis en tu memoria, artrosis en el alma, la razón caducada y garrota en mano".


PD: y es que ella no entiende de situaciones económicas, ambientales y otros pretextos, que nos puedan disuadir de contribuir al mantenimiento de la especie. Ella quiere que asistamos ipso facto a nuestra perpetuidad, a pesar de nuestra rebeldía, alejándonos, cada vez más, de sus firmes dictados. Precisamente el homo sapiens sapiens es su peor enemigo, su verdadero, único e implacable depredador. Aunque me da en la nariz que ella aún no se ha enterado y de ahí, pueda venir tanta insistencia...

Carlos Gómez

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