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lunes, 18 de julio de 2011

la mejor tecla

                                              


Tras demasiadas jornadas de maratón y nómina, pulsar esta tecla sería lo más parecido a estar en los mundos de Yupi, donde y por una vez al año, nos sentimos el puto Yupi, que no sé quien es ese carcamal, pero me da a mi que no vive tan mal. Momento va siendo de usurparle la identidad al subsodicho, al menos temporalmente y si por fin nos lo permite la esquiva providencia.

Mundillos vacacionales, que asoman ocasionales y caros se venden como el oro, porque el tiempo va a ser verdad que es oro, pero de veinticuatro kilates cuando estamos de vacaciones. Eres dueño de tu tiempo por unos días que exhalan felices, y ya no pones a caer de un burro al jodido despertador, entre otras cosas porque va a estar una temporadita mudo, sin ya ponerte esas mañaneras zancadillas cerebrales que te viene regalando durante bastantes meses largos y pesados, como vigas de hormigón que te golpean el cráneo y te recuerdan, que va siendo hora de hacer una parada técnica en el currele ese, aquel de "ni contigo ni sin ti".

Un alto en el camino, donde el cielo se ve más azul que nunca, y el cagaprisas del reloj se convierte, por arte de magia, en un estorbo inútil que corre ahora loco a la velocidad del trueno.
Condenados a vivir envueltos en gases de escape, hormigón, prisas, comida rápida y estrés asesinos. Eso, querido/a amigo/a, tarde o temprano pasa factura, por lo que ya van tocando unas vacaciones para trabajos de remodelación en el sistema nervioso central, aire fresco en el apolillado cerebro que ya va pidiendo tiempo muerto en este ring, o escenario de combate entre tú y la supervivencia del día a la noche. Apolillado cerebro, sí, de tanto tiempo sin una bocanada de brisa agradable que le hiciese respirar correctamente.

La "menuda vidorra" que hemos creado, el tener que ceñirnos a un horario inflexible para comer, dormir e incluso dar matarile a la pareja, no dejan de ser un estilo de vida harto artificioso, siendo el hombre  -tan inteligente él-  el único ser vivo del planeta que forja los macizos barrotes su propia celda, y en el momento que nace, ya firma su sentencia a cadena perpetua, aún siendo supuestamente libre. Paradojas de la vida.

En mis vacaciones se come cuando hay necesidad de comer, ni antes ni después. Mismo proceder aplico al sueño, en el que Morfeo no es tan meticuloso, está más guasón y hasta cae bastante mejor. Hago, a la misma velocidad que deshago, actividades que de otra forma sería inviable, dado los intempestivos horarios a los que estoy sometido. Supongo que te sientes retratado/a, aunque comente en primera persona, y es que en el fondo va a ser que no somos tan diferentes.

Lo peor de todo es que, me río yo del guepardo en lo que a velocidad se refiere. La duración de esta bendita tregua... eso sí que es velocidad y lo demás tonterías a bajo coste. Así que, teniendo esto presente, vive cada minuto de tus vacaciones como si fuesen las últimas y disfruta de esta libertad temporal e impuesta, que a bien seguro mereces.

En septiembre, con la piel bronceada de tanto guantazo solar, contantes y sonantes cuentos que contentos contar, y bastantes más agujeros de los que pudieran caber en los bolsillos, nos veremos por aquí, no sin antes agradecerte la atención prestada.

Sé feliz, vive, siente, cabréate poco... y disfruta sin molestar.


Carlos Gómez

jueves, 14 de julio de 2011

padre, es pronto para ser nunca





Pasa la vida. Parece que va con exceso de velocidad, sin frenos, y sin importarle lo más mínimo cualquier restricción. Tiene prisa, porque no es posible que ayer estuviese jugando en el parque con la única vestimenta de unos pañales...  y hoy sigo jugando, pero al escondite con los avatares de la vida y también juego a las peleas, antes con los amiguitos a golpes fingidos, ahora juego a peleas, sí, pero con la puta hipoteca, control de triglicéridos, de tensión arterial y otras cosas menos amables que en mi mente no tenían cabida hasta la fecha.

A la realidad de la madurez, como esas arrugas que ayer no vivían en la frente o que la pizza ya le hace daño a un nuevo metabolismo perezoso... a todo eso y mucho más hay que sumarle otro encontronazo, de los tantos que van cayendo tras cada cumpleaños. Y este encontronazo indeseable, vendría a ser (como en el juego de Mus) un órdago a la grande con cuatro reyes y siendo mano:

la errátil salud de los padres

Desde nuestra más tierna infancia, vemos a nuestros padres seres inmortales, casi indestructibles, un tanto dioses, creando en nuestra mente venidera una imagen de ellos, que ni siquiera nos planteamos el hecho que algún día de viento huracanado, apagará de cuajo la vela de sus vidas. Esta fatídica circunstancia, también se incluye en un capítulo harto macabro del guión que define nuestra efímera existencia. Es uno de los párrafos que jamás de los jamases querríamos leer en nuestra biografía, pero que el día menos pensado también leeremos sí o sí, con los ojos humedecidos, el corazón agarrotado y un silencioso crujido en el alma que algún destrozo hará por dentro, sin piedad alguna.

Vamos siendo testigos de los estragos del tiempo, de tanta vuelta insistente de las manillas del reloj, y de como se va desmoronando nuestra juvenil apariencia, con razón de más la de nuestros queridos padres ya mayores, viajeros con pensión completa hacia la ancianidad, desmoldando así nuestros esquemas de indestructibilidad que sólo ellos tenían, o eso creíamos a pies juntillas cuando éramos tan bajitos, tan inocentes y sin una simple arruga en nuestro traje de piel.
Ese hombre, esa mujer, malabaristas en darte lo mejor de lo máximo, desgastaron la pila en criarte y darte un amor ciego e inenarrable, pero hay que ser realistas y entender que en su irrevocable ocaso, la naturaleza tan sólo hace su trabajo. Y es muy eficaz la jodida. Tanto, que nunca falla.

Ellos nos cuidaban con tesón y cariño, sin condiciones que pudieran avistar algún tipo de interés, con una fuerza sobrehumana de la que tan sólo podrían ser dueños una madre o un padre. Hoy se va acercando la hora de devolverles esa pelota  que un día nos prestaron, y cuidarles con firmeza en la ineludible cuenta atrás de su viejo cronómetro. Atenderles como se merecen en su declive vital, con el corazón en una mano y la incertidumbre en la otra; porque es cierto que la vida es dura, la vida va en serio, y cuando tienes a un padre, ayer indestructible y hoy ya demasiado vulnerable, la crudeza de este baile se multiplica por cientos.

Imposible para un hijo con el padre en la cuerda floja, volver a sonreir con la misma intensidad que ayer. Pero la vida es así, con sus alegrías, sus putadas y putadones, y a razón de ver yo ahora la vida un poco más gris y más bestia, he de ser rescatado con urgencia por los duendecillos de la resignación y mitigar, en lo posible, el dolor contenido en el baúl que alberga mis sentimientos hacia ese progenitor con el que fui obsequiado. Ese gran padre, que sin ni siquiera buscarle, siempre estuvo a mi lado desde bebé, hace algo más de cuarenta años, sin otra motivación que el amor infinito e incondicional que siempre me profesó, con exquisita determinación.

Dedicar este homenaje a aquellos hijos que sufrieron la enfermedad de sus padres, y aguantaron estoicos aquellas tempestades que hicieron tambalear la incierta salud de lo que más querían. La salud -por ende la vida- de esos viejos amigos y consejeros que nos hicieron el mejor regalo posible:  nacer




  






Carlos Gómez

lunes, 4 de julio de 2011

el último viaje

                          
                         ni con alas escaparás a su timbrazo en tu puerta




Ya puedes esconderte en los confines del universo, que este árbitro te vigila incansable, esperando tengas el mínimo descuido para sacarte la tarjeta roja que hará abandones el terreno de juego, aunque queden  algunos que no se han enterado, y piensan que jamás se irán al banquillo, eternamente. Todos tenemos alguna tarjeta amarilla, que algunas putadas ya hemos hecho en este partido que es la vida en directo. Y quien esté libre y apocado, que tire la primera piedra.

La mala noticia es que el pase a la vida caducará en cualquier instante, y más pronto de lo que nos gustaría, así que lo mejor va a ser complicarse lo menos posible, buscar atajos y disfrutar más.
Cuando conduces tu coche a un destino, procuras ir por el camino más corto, más fácil y más rápido, cual Tom -Tom que funcione. No das rodeos innecesarios que te compliquen, aún más, lo complicado. Verdad es que mejor viajar en Ferrari con la piel bronceada y cubierta de Armani, eso lo sabe hasta un paleto como yo, pero...

a veces se deja a un lado lo verdaderamente válido, lo esencial -como el amor de los hijos que no tengo aún- en un absurdo afán de coleccionar materia y enterrarse en panteones de oro, que eso viste bien y engorda el ego (subterráneo) que no veas...

Este bicharraco al que llaman muerte me hace recapacitar en lo mal que monté este chiringuito al que llaman vida, habiéndola entramado tanto, como muchas veces la entramé innecesariamente, por aquellos laberintos de muchas entradas, pero de casi ninguna salida. Jamás tuve que comprar pase alguno a aquellos laberintos, y resulta que no compraba un pase, no...  ¡compraba bonos enteros!, como el impoluto soplapollas que fui, y que hoy sigo siéndolo, pero con matices ya no tan perfectos, a mis ya mismo...  treinta y once tacos.

En algunas ocasiones, frente a mi se ha parado a saludar con la guadaña, el hijo de puta al cual dedico hoy mi vómito literario, mientras yo tan pequeño, giraba mi cabeza en ademán de sueco, o haciéndomelo, a la vez que media vuelta y mis pies ponían tierra de por medio, que aún me quedan muchas heridas por curar, perdones que ofrecer, cosas por escribir, muchos abrazos por dar, pequeñas ilusiones por cumplir, y sería un desperdicio llevarlas ya conmigo al más allá que "pacá", donde no hay tabaco que fumar, playas que explorar, ni cobertura de onda. Y vivir allí, me da en la nariz que va a ser una putísima mierda. Demasiada paz para mi...

Ahora mismo soy inmortal, en los segundos siguientes quizás no lo sea, así que voy a disfrutar de ese cielo embadurnado de azul, de aquel árbol tan generoso que me regala su sombra, con una cerveza fría en la mano y las ganas de vivir recorriendo libre los entresijos de mi mente.

La Moraleja del asunto no es un barrio de ricos al norte de Madrid, no. La Moraleja es esto:

Disfruta ahora de lo que tienes acceso inmediato. Saboréalo sin titubear. Sé feliz con lo mucho y poco que tengas, y desde tu consciencia que nada es para siempre, procura valorar los paisajes de tu caminar en la vida, por efímeros que sean, hasta que el siniestro caballero venga en tu busca, que ni con lanzallamas podrás escapar a su indeseable visita. De nada servirán sinceras súplicas que pudieran ablandar su empatía de roca. Este tipo intratable, en cualquier momento cortará el suministro que revive tu orquesta, apagará tus luces y bajará el telón, pero sin aplausos y con llantos directamente proporcionales a lo buena gente que hayas sido. Te envolverá en sus brazos y te dará una vuelta infinita por la nada, en un viaje sin retorno posible. Un viaje de una paz irrevocable. Tu último viaje.

Avisado/a quedas.


Carlos Gómez