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viernes, 18 de noviembre de 2011

que el último apague la luz




Busco en el dial alguna noticia que alimente el optimismo, pero no hay manera, siempre me sale la "balada triste de trompeta", además un tanto desafinada, y no en boca de Raphael. Dicen que el buen afinador que la afine buen afinador será, aunque ya no sepa si va a ser verdad, pues ya son muchos años aguantando a tanto entrante monclovita, geyperman de la política venido a bella durmiente. Y lo de "bella"...  es un decir.


Mucho discurso barato y pocas nueces, muy pocas; a tan sólo dos o tres tocas, que hay poco trabajo y bocas no pocas. Hay que ser optimistas, lo intento, que yo cada día tiro y tiro de las cuerdas que liberan optimismos mentales, aunque tales cuerdas estén venidas a menos o más desgastadas. Mucha felicidad ya va echando el cerrojo al igual que el cinturón, más estrecho y maltrecho; cinturón perdiendo trabillas al pantalón.

Andamos un poco hartos y ya salen muchos que atan con cuerda el hueso del cocido para chuparlo, o dí que nos queda crisis que chupar, nos quedaremos en los huesos, no habrá cuerdas para todos y ya no iremos cocidos ni los sábados por la noche, aunque creo que cocido toca el domingo al mediodía, que la suegra lo prepara muy bien  -gratis-  con sopa y allegados  -también gratis-, y sólamente en ese momento me convierto en un hombre a una cuchara pegado. Mi suegra no lo hace en vitrocerámica, pues el precio de la luz ya se ha hecho enemigo de la cartera; cartera con su apretada agenda bien repleta de quedadas y citas a escondidas con mucho chupóptero y otras malas compañías... eléctricas.


La factura de la luz sólo admite un riñón, y para calefacción les vale con los dos...   ¡ahí, con dos riñones! que me estoy planteando calentar los pies con velas...  aunque calentar las velas no calientan una mierda, y es que estamos a dos velas y encima estas son negras, que me las pone la directora del banco; esa que se está marcando un vudú con mi San Pancracio...  que menuda hija de bruja está hecha y menudo nombre tiene el gachó...


Desgraciado el contador de la luz, y desesperanzados cinco millones de contadores que cuentan ya demasiados lunes al sol, con el grillete de la cartilla del paro en una mano y pidiendo a gritos con boca que no se equivoca, pidiendo que pare su tren en el andén del trabajo, que su único pecado es el de ser gobernados por doctorados en estulticia, con máster en avaricia y algún cursillo que otro de "consiga en un mes ser más ladrón que ayer"...


pero menos que mañana...  un mañana para pedir limosna, llanto en pañuelo...
y yo digo que hay más paro que ayer, pero menos que mañana y así me consuelo...


vaya yernos se echa el monarca, ya carca, en nochebuena siempre dando la lata...
harto yo de tanto chorizo, tanto chupón, y tanto gobernante dando por el cacas...


y digo que quito, que pongo, que pongo que quito, aquí mucho poner y poco trabajo
menudos políticos, menuda estafa, quería decirles a ustedes ¡se me vayan al carajo!

habrás deducido que sí, que soy un perfecto idiota compulsivo, o eso dices...
pero me salva la razón que al menos... yo no voy por ahí cargándome paises...


Y yo mismo me pego la etiqueta de idiota compulsivo, con perdón de los mismos, que en el reparto de cerebros fui un momento a echar un cigarro y al volver ya no quedaban sanos...  hoy tampoco queda ni para tabaco, porque al precio que se ha puesto... para comprar un paquete toca pedir un préstamo, aunque los bancos ya no den ni para estancos, a pesar de llevar fumados ya unos cuantos.


A estos políticos tan truculentos, decir que no me cuenten cuentos, y menos inciertos, que a otro perro con ese hueso, porque lo que es este perro... prefiere el pienso, luego existo para ser exprimido como una media naranja, que la otra media es el amor de mi vida, que ella no me las da con queso y con ella no pincho en hueso, con ella pincho en cosas que comienzan en besos...


La inteligencia política sólo se le parece al caviar en el precio, se vende cara...  como cara está la gasolina  -nos birlan por la cara- que yo he decidido coger el coche sólamente cuando el trayecto sea cuesta abajo.
Comer y beber ya es un lujo, pues sin comerlo y sin beberlo hemos topado -disfrutemos lo votado- con las "maravillosas" gestiones de tanto topo, tanto paleolítico hecho político del "tengo un perrito piloto". Ojalá pudiera hacer yo tantas huelgas como los pilotos, y mandar a freir espárragos a algún gobernante que otro; esos que cada cuatro años nos venden la misma moto que se sacan del escroto.

No nos vemos por los bares, sino por las urnas, aunque en los bares se hable mucho de ustedes. Supongo que les deben pitar bastante los oidos... pero mejor no vayan al otorrino, que eso no hay ni otorrino, ni hijo de vecino que lo pueda arreglar. Dicen que tampoco va a haber otorrino que pudiera curar a Es-ñapa ante la falta de olfato de tanto pazguato, gobernante equilibrista de la cuerda floja, que ya cae en la cuenta de ser un perfecto... iba a decir idiota, pero es una rima floja; floja... como la cuerda de tanto equilibrista que nos desequilibra y ahoga.


Tengo dos noticias, una buena y una mala. La buena es que en algún año próximo al siguiente siglo veremos luz al final del túnel. La mala noticia es que quizás nunca la veremos, porque se ha puesto tan cara la luz que a este paso no la va a poder pagar ni Dios...




Carlos Gómez

viernes, 4 de noviembre de 2011

me crecen los enanos



Tuve una infancia bastante movida, mi particular movida de los 80´s en sesión infantiloide, donde el aburrimiento era un tipo al que no tenía el gusto de conocer, ni falta que me hacía. Si llego a saber lo que vendría después, posiblemente me habría quedado a vivir allí, sin cambiar descojone, petardos y circos con enanos por hipotecas, decepciones y otras mierdas. Entonces comíamos toneladas de dulces y no nos subía el azúcar. Ahora ya se dispara hasta cuando sube el euríbor y recibes la visita inesperada de tus suegros. Mientras algún genio no invente la máquina del tiempo, viajar en la madurez es lo que toca, y mucho me temo que ya no descambian el billete. Demasiado real es esta película de suspense, como para creer, a mis taitantos, en maquinitas del tiempo...

Y sino que le pregunten al niño que llevábamos por dentro y fuera; aquel que tantos años nos acompañó y el viento no se lo llevó, sí el tiempo, condenando hoy a ese niño en nuestra mente al ostracismo más absoluto. Hoy he rescatado de mi memoria a aquel viejo niño que llevo escondido en lo más profundo de mi azotea. Supongo que se escondió para no saber nada de historias macabras de adultos. Ya se anda bastante ocupado e inmerso en sus antiguos mundos del cromo de Maradona.

Hoy tiro por la calle de enmedio y recuerdo a mi pandilla de entonces, que entonces nos gustaba hacer el gilipollas por las calles de enmedio y aledañas, pasándonos por la piedra las "recomendaciones" (llámalo hostias) de los mayores. Muchos cruces de cara y pocos de palabra recibí en respuesta a mis diabluras a padres, profesores, algún vecino mezquino y parroquianos varios, que un poco tonto me quedé, y por ese motivo escribo, para desahogar mi tontuna hecha secuela. En mi caso, hubo tiempos en los que la vida se movía cuesta abajo, sin tanta pendiente como toca subir hoy.

Y para más inri, mi locomotora ya va siendo de carbón...

Aquel mocoso de rizos -o yo- fabricaba curiosos artilugios con la peña del barrio, echándole un par al tirarse por las calles cuesta abajo de gratis, con un trozo de tabla, sueño de bricomaníacos, y acoplada a unos rodamientos de automoción que desaparecían "misteriosamente" de una fábrica sita en la villa que me vio crecer, o llamémosle Getafe. El cachibache ideado por el espabilado del barrio y complejo de Einstein (un genio y figura que hoy está liado con la invención de máquinas del tiempo)  tan sólo sufría un agravio para nada importante: resaltar que los frenos eran las manos, el ABS los dientes y ahí va ese al hospital. Llegabas a casa con las ropas hechas una porquería y los guantazos de los padres hacían el resto; así ibas bien calentito a la cama y no te hacían falta ni mantas ni nada. El manido "¡a la cama sin cenar!", para mi ya era como un mantra que rebotaba insistente en mi cabeza de chorlito mientras mi estómago se hallaba más vacío que el cerebro de un político. Eran otros tiempos donde había jarabe de palo, y no era el grupo musical ese el cual prefiero mil palos en las costillas antes que soportar lo del beso de la flaca.

Nos colgábamos de la vida alegre como si de una ristra de chorizos se tratase, que mi panda  (yo no) un poco chorizos sí eran, cuando curiosamente siempre "ganaban" jugando a los cromos con los críos del otro barrio, pero no el otro barrio del más allá, sino en un barrio más allá del mío. Lo que sí yo mataba por el cromo de un tal Maradona. Hoy, Maradona ya de por sí está hecho un cromo...

Fíjate que aún conservo alguna moneda de aquella época, moneda con el gepeto impreso del tío Paco Franco, moneda testigo ineludible de nuestros escarceos con las gominolas, bambas de nata, máquinas de marcianitos y algún cigarrillo suelto que el kiosquero Enrique nos vendía sin remordimientos. Los adultos nos increpaban por fumar tan precoces: ¡Te vas a mear en la camaaa!, nos decían. La verdad es que jamás nos meábamos en el catre y, sin embargo, hoy de adultos nos cagamos en los políticos... y sin necesidad de fumar ni nada.

Rebuscando en el top manta de dentro mi cabeza, elijo un recuerdo de aquella época, y no pongo en entredicho lo dicho: éramos brutos, ¡pero brutos de cojones!. Un claro ejemplo... aquel oscuro juego, "churro media manga manga entera", en el que bien te daban una somanta entera, manta de hostias hasta en el interior de los huesos; a eso lo llamábamos jugar y divertirse. Luego llegabas a casa llorando de la somanta palos que habían regalado a ti y a tu esqueleto de goma, y en casa, ya sin mucho ánimo de jugar, tus padres querían seguir jugando, pero con la zapatilla en la mano otra vez y recordándote esta vez lo que valía un peine; circunstancia que te hizo aprender los precios de todo el muestrario.

Es fácil suponer que los críos de entonces teníamos siete vidas. Pienso, luego existo con ya sólo media, que me dejé las seis y pico restantes en una época en la que teníamos más peligro que un pavo en nochebuena; época que el tiempo hoy nos robó a punta de recuerdos, impune el tiempo ladrón, porque así dicta su impunidad una ley: la ley de la vida misma. Es cruda su ley.

He de suponer que si no las diñamos en nuestras peligrosas andanzas con la infancia, ya no morimos ni de coña; o quizás sí, porque al final con tanta crisis y tanto rollo... no me extrañaría ni un pelo de tonto que nos pudiera dar un patatús de un momento a otro. No me importaría jugar hoy al "churro media manga" con Zapatero, poniéndole de burro en el juego del "churro" o ponerle a caer de un burro, para que se fuera enterando de lo que vale el muestrario de peines.

Y de lo que vale un café...




Carlos Gómez

lunes, 3 de octubre de 2011

como Pedro por su causa


Pedro solía verte dos veces a la vez, y no sólo por ser amigo de un tal Don Simón.
Pedro alias "el tuerto", era un convidado del dios Baco, un joven con cara de adulto y descarado desmadre. Pedro fue un pistolero sin pistolas, que mataba el tiempo tirando su futuro como el que tira de la cadena y cae por el retrete. Vivía a sota-caballo-rey entre ese retrete, un sofá rojo skay, y un receptor de televisión en blanco y negro, colores como mandaban los cánones, o primeros años ochenta cercanos ya a la Prehistoria. El otro ojo que le quedaba dióptrico perdido, se lo echaba siempre a su vecina Sara, pero ésta se lo tiraba a la cara, como jugando un partido de tenis entre los dos; así dicho a ojo de buen cubero. En el partido, Pedro tragaba mucho barro, o dicho más claro: Sara pasaba de él como de comer mierda.

Y es que Pedro tenía las esperanzas justas para pasar el día...

Era un Pedro y figura.

Y es que Pedro, de belleza irresoluta o tirando a Carracuca, nunca tocó el cielo. Lo único que tocaba eran los cojones a los polis, alguna litrona y los botones de su amiga la tele, aquella en blanco, como su desviada esclerótica y negro, como su desviado futuro. Y se pudo saber que los botones de esa tele, eran los únicos botones que desabrochaba. Al parecer, chicas candidatas al desabrocho botonero vivían sólo en la imaginación de tan curioso personaje nacido en Getafe.

Sus bolsillos no eran capaces de albergar siquiera una simple moneda, circunstancia que aprovechó para poner la neurona a trabajar, como Pedro por su causa y, llegó a la conclusión de dar un palo, y no al agua, sino a un bar cualquiera.
Tras deliberar con sus fantasías, encendiendo su inexistente bombilla y su existente canuto de marihuana, se armó de valor y una noche sin carnavales, se puso el disfraz del Pepe Gotera del latrocinio, con el patrocinio de su inherente torpeza, o sin saber hacer la "o" con SU canuto. No estudió en su vida, ni falta que le hizo, pero en este caso hizo un esfuerzo y, de repente, casi todo estaba ya estudiado para él: hacer trizas el cristal, entrar con sigilo y servirse, como el que va a un Mercadona cualquiera pero sin pasar por caja. Casi todo estaba estudiado al detalle, salvo en un pequeño punto a considerar, o buscar un bar que se dejase robar.

Lo de caminar no le iba, aunque siempre anduvo perdido, y como andar nunca fue lo suyo...

¿Qué mejor que dar un palo nocturno al bar de al lado de casa?

A Pedro le llegó la hora acordada en un vis a vis con su inoperancia. Sincronizó su reloj con el de un Otilio ficticio, se lio la manta a la cabeza y tapó su cara con lo primero que encontró o bien las bragas de su hermana Aurelia ¡eso es casi incesto!, y se dispuso a dar por el saco, ¡habemus atraco!, armado con otro saco, que sacó, vaya usted a saber de donde coño lo sacó. Las bragas de la Aurelia, sí se saben de donde coño venían y también un pedrolo que encontró en un parque del pueblo de al lado.

Vamos, arsenal envidia de la OTAN...

Pedro, tras hacer de celestina entre la piedra y el cristal del bar de la esquina, hizo que éstos se besasen con una pasión rompedora, sin cortarse ni un pelo, aunque al acceder al bar sí se cortó un dedo con el cristal desvirgado por Pedro y su pedrolo. Tan sólo hizo falta un minuto, el onomatopeya "¡crash!" y rebotó con sus huesos en el interior de Casa Maroto, como Pedro por su casa (la de Maroto, éste sin moto) y las bragas de la Aurelia por cabeza, dando Pedro de comer al saco: cuatro jamones, algunos tercios de cerveza, unos cartones de tabaco y algunos Cantimpalos, también choriceados.

La investigación policial sugiere que tan sólo hizo falta seguir un reguero de sangre de dedo, que no apuntaba a cualquier pajillera con menstruación, sino a alguien con un dedo de frente, dedo vendado. Un sanguíneo río de plaquetas, vicios y algún que otro glóbulo rojo, pero río, que nacía en la puerta de Casa Maroto, bar de los cristales rotos, hasta la misma puerta de la casa de Pedro, a tan sólo diez metros, donde el río rojo encontró su desembocadura.

Una orden judicial. Esa fue la llave que abrió las puertas de Pedro por su casa a unos simpáticos agentes, que dada la facilidad en esclarecer el caso, digamos que no dejaron al inspector Colombo a la altura del betún, ni mucho menos. Pedro les recibió con Los Chichos sonando de fondo, mano vendada, alegando que se cortó con un cuchillo jamonero destripando el jamón que, según él, recibió de premio en la tómbola. Hizo un triste conato de invitarles a jamón alegando esta vez, infeliz él, que era su cumpleaños feliz. Su DNI decía que nació otro día, alegando Pedro que se trataba de un craso error administrativo, pero no coló. Tengo que decir que los agentes no aceptaron la invitación, agradeciendo a Pedro el detalle, alegando que ya habían merendado y que no se preocupase, que en el penal de Carabanchel también le iban a dar de merendar muy bien, aunque jamón no creían pero tomates sí,  porque menudos tomates se montaban por allí de vez en cuando...

Pedro anda últimamente más perdido que de costumbre, que ya es mucho decir, y tiene otra aventura preparada. Anda buscando un saco, alguna piedra y rebuscando en el cajón del armario de su hermana Aurelia.
Busca también candidatos que colaboren, imprescindible coche, mononeurona y buena presencia, para dar el atraco que le ponga de golpe y porrazo en las Seychelles. Nada más y nada menos que en el Banco de España quiere hacer la pifia.... y por lo visto, ya lo tiene todo estudiado...

¿Algún voluntario?


(Continuará)



Carlos Gómez

viernes, 23 de septiembre de 2011

la vida es sueño... o pesadilla



Una mañana, la diosa fortuna besó a Juan. En verdad, no le dio el beso que esperaba...

El sueño:
En la primera cita, le pegó tal beso en los morros... que fue capaz de convertir una simple moneda en una abultada cuenta bancaria. Consiguió un alto puesto en el "tanto tienes tanto vales", y la lotería que a mi no me toca también hizo lo suyo, pero con Juan. Se acostó con la diosa esa, sin pijama, sin condones, pero con un boleto de Primitiva, que al día siguiente resultó ser un certero pasaporte a la abundancia absoluta; lo que yo te diga. La banda sonora de su vida ya no sonaría a sinfonías en las que algún acreedor mosqueado era el director de orquesta.

Juan fue un hombre feliz y además bien hallado en el bulevar de la riqueza, que un día halló escondida tras los caprichos del azar, siendo el azar confidente fiel de la diosa fortuna, la besucona adúltera de Juan.
Era un nuevo rico feliz, o más bien era un rara avis para los amigos. La vida le mostró entonces su mejor cara. Además, era la media naranja de la otra media, pues su atractiva mujer cosió sus sentimientos a los de él, con efecto retorno, siempre cómplices de su particular bolero. Fruto de ese regocijo amoril, y con prisa por salir, de cabeza nació Andrés. Fue precisamente esa cabeza, la que convirtió la vida de ensueño de Juan, en...

La pesadilla:
La vida de Juan era envidiable, digamos de oro, hasta que ese oro se quedó sin kilates en el momento justo que recibió una llamada telefónica. Fue algo terrible que le puso contra las cuerdas, porque precisamente fue una cuerda la que abrazó con envenenada pasión el cuello de Andrés, que utilizó para apagar definitivamente las luces que a veces iluminaban su cordura, pero otras veces le llevaban de la mano a los oscuros sótanos de la esquizofrenia. Esas malditas voces en la cabeza del primogénito Andrés no ayudaron, no; sino todo lo contrario. Las voces que recomendaban el abismo en la cabeza de Andrés, cuando contaba primaveras treinta y tres, se llevaron el gato al agua. El gato agotó su séptima vida esta vez, a tan sólo tres palmos del suelo, a varios del techo y tocando ya la eterna calma que su mente le negó en vida. Las voces callaron.

A Juan ahora le tocó la lotería de la debacle. La diosa fortuna, esta vez le arreó, además con expresa lujuria, el beso de Judas. La partida de la vida hoy le pinta en bastos. Algún día tocó el cielo con sus manos, pero entre tanto sueño hecho real... el diablo andaba escondido, con el maléfico fin de empujar, esperando que ese día pasase Juan. Un empujón a traición de Satán y cayó a un sitio en el que si ayer tragaba banquetes repletos... hoy traga banquetes repletos de barro y sin ya cucharas de oro, sin ya babero que pudiera amortiguar tanta mierda hecha vida.

Padre carcomido por las fauces de una incompasiva depresión, camuflada en el fondo de un cartón de vino y además peleón, comenzó a quitar apuntalamientos en su vida y por ende, ésta se fue desmoronando como se desmoronó la sonrisa de Monalisa que antaño en su cara dibujó. Ya tenía bastante con luchar por digerir la indigesta pérdida de su malogrado hijo, víctima éste de una jauría en su mente quebrada y al fin en silencio. Pasto de las pulgas por ser perro flaco, Andrés, sin ser aún perro viejo.

Trece años después, trece, de jugar al escondite con la oscura depresión, Juan, tras una lucha encarnizada contra los demonios de su mente y de momento perdiendo a los puntos, hace hoy de su techo el cielo estrellado, firma contratos con la ruina e incluso baila tangos tristes, aunque sea con la más fea y hace de su libertad una bandera, a media asta, sí, porque no se puede ser más libre que un vagabundo, no, aunque en este caso...  Juan "el vagabundo" no bebe los vientos de la libertad, sino vive en la peor cárcel que podría algún día imaginar:

la cárcel de su actual desequilibrio psíquico.

Mucha suerte te deseo, Juan.


Carlos Gómez

domingo, 4 de septiembre de 2011

alguien voló sobre otro nido



Y no fue el del cuco.

Getafe (Madrid), años 70/80. Niño prodigio y rebelde, eso hubo dios que lo vio, no hay dios que lo pueda negar, pero sí dios que lo de rebelde supo arreglar. Actos delictivos propios de adultos en la mente de tan sólo un niño que cambió juegos de bolos por balas, mocos y cromos por calabozos y robos, no pocos.

Volcán en erupción de desviado talento, que dadas sus particulares circunstancias de entonces, su inocencia infantil amputó, y apuntó prematura y directamente hacia los submundos oscuros de la delincuencia juvenil. Desgastó la joven suela de sus zapatos más de lo recomendado, de tanto bailar con lobos de gran envergadura, lobos de gran mordedura, y en consecuencia traspasó la sutil barrera que separa la cálida escuela de los gélidos reformatorios para menores, en los que un día destapó los visillos de las ventanas, advirtiendo un nuevo mundo de colores más claros, al fin alejándole de las tinieblas que nublaron aquel alma de niño. Y de qué manera...

Fuiste Juan Carlos Delgado, "El Pera".

Harto de tanto boxeo con la justicia, guantazos de ida y vuelta cual David y Goliat, que ocuparon algunas noticias sección sucesos, un buen día acumulaste los mismos guantazos y se los devolviste a los demonios que usurparon cuerpo y mente de aquel niño de inusual currículo, alejándoles cierto es, de tu incierto diario, pasando páginas color sepia, nada recomendables, en un claro ejemplo de superación personal, dando la vuelta a la situación en la que tu satisfacción por conducir era la desdicha de otro. Diste esquinazo a tus actos delictivos y por el camino te encontraste con otros más constructivos, por el bien de todos y de ti mismo. Hoy bien mereces el respeto de una sociedad antaño bastante enfadada contigo.

Fotos en blanco y negro y aguas pasadas, turbias, que movieron tu incipiente molino entonces tan joven y declarado en ruinas, que con tesón y firmeza supiste rehabilitar con el beneplácito de la coherencia y un trabajo de ingeniería conductual que rebasa la excelencia, amigo Juan Carlos.

Tras varios años moviendo ficha en tu tablero, jugaste con fuego, y la providencia que apagó ese fuego tiene nombre y apellidos para ti: Alberto Muñiz. Él fue el trampolín en medio del abismo que pacientemente y varios saltos más tarde te colocó, gracias al esfuerzo y colaboración de ambos, en el camino correcto, canalizando así tus vientos de prodigio hacia una vida firme, dentro de la legalidad y mucho más, porque un día pintaste tu oscura pared de color esperanza, con tu talento y bien lo aplicaste, haciendo de ti un tipo diferente, popular, digno, próspero y respetado en la sociedad actual.

Aquella que ayer pidió tu cabeza y hoy te pide autógrafos.

Y yo, Perita, tanto me alegro.


Carlos Gómez














lunes, 18 de julio de 2011

la mejor tecla

                                              


Tras demasiadas jornadas de maratón y nómina, pulsar esta tecla sería lo más parecido a estar en los mundos de Yupi, donde y por una vez al año, nos sentimos el puto Yupi, que no sé quien es ese carcamal, pero me da a mi que no vive tan mal. Momento va siendo de usurparle la identidad al subsodicho, al menos temporalmente y si por fin nos lo permite la esquiva providencia.

Mundillos vacacionales, que asoman ocasionales y caros se venden como el oro, porque el tiempo va a ser verdad que es oro, pero de veinticuatro kilates cuando estamos de vacaciones. Eres dueño de tu tiempo por unos días que exhalan felices, y ya no pones a caer de un burro al jodido despertador, entre otras cosas porque va a estar una temporadita mudo, sin ya ponerte esas mañaneras zancadillas cerebrales que te viene regalando durante bastantes meses largos y pesados, como vigas de hormigón que te golpean el cráneo y te recuerdan, que va siendo hora de hacer una parada técnica en el currele ese, aquel de "ni contigo ni sin ti".

Un alto en el camino, donde el cielo se ve más azul que nunca, y el cagaprisas del reloj se convierte, por arte de magia, en un estorbo inútil que corre ahora loco a la velocidad del trueno.
Condenados a vivir envueltos en gases de escape, hormigón, prisas, comida rápida y estrés asesinos. Eso, querido/a amigo/a, tarde o temprano pasa factura, por lo que ya van tocando unas vacaciones para trabajos de remodelación en el sistema nervioso central, aire fresco en el apolillado cerebro que ya va pidiendo tiempo muerto en este ring, o escenario de combate entre tú y la supervivencia del día a la noche. Apolillado cerebro, sí, de tanto tiempo sin una bocanada de brisa agradable que le hiciese respirar correctamente.

La "menuda vidorra" que hemos creado, el tener que ceñirnos a un horario inflexible para comer, dormir e incluso dar matarile a la pareja, no dejan de ser un estilo de vida harto artificioso, siendo el hombre  -tan inteligente él-  el único ser vivo del planeta que forja los macizos barrotes su propia celda, y en el momento que nace, ya firma su sentencia a cadena perpetua, aún siendo supuestamente libre. Paradojas de la vida.

En mis vacaciones se come cuando hay necesidad de comer, ni antes ni después. Mismo proceder aplico al sueño, en el que Morfeo no es tan meticuloso, está más guasón y hasta cae bastante mejor. Hago, a la misma velocidad que deshago, actividades que de otra forma sería inviable, dado los intempestivos horarios a los que estoy sometido. Supongo que te sientes retratado/a, aunque comente en primera persona, y es que en el fondo va a ser que no somos tan diferentes.

Lo peor de todo es que, me río yo del guepardo en lo que a velocidad se refiere. La duración de esta bendita tregua... eso sí que es velocidad y lo demás tonterías a bajo coste. Así que, teniendo esto presente, vive cada minuto de tus vacaciones como si fuesen las últimas y disfruta de esta libertad temporal e impuesta, que a bien seguro mereces.

En septiembre, con la piel bronceada de tanto guantazo solar, contantes y sonantes cuentos que contentos contar, y bastantes más agujeros de los que pudieran caber en los bolsillos, nos veremos por aquí, no sin antes agradecerte la atención prestada.

Sé feliz, vive, siente, cabréate poco... y disfruta sin molestar.


Carlos Gómez

jueves, 14 de julio de 2011

padre, es pronto para ser nunca





Pasa la vida. Parece que va con exceso de velocidad, sin frenos, y sin importarle lo más mínimo cualquier restricción. Tiene prisa, porque no es posible que ayer estuviese jugando en el parque con la única vestimenta de unos pañales...  y hoy sigo jugando, pero al escondite con los avatares de la vida y también juego a las peleas, antes con los amiguitos a golpes fingidos, ahora juego a peleas, sí, pero con la puta hipoteca, control de triglicéridos, de tensión arterial y otras cosas menos amables que en mi mente no tenían cabida hasta la fecha.

A la realidad de la madurez, como esas arrugas que ayer no vivían en la frente o que la pizza ya le hace daño a un nuevo metabolismo perezoso... a todo eso y mucho más hay que sumarle otro encontronazo, de los tantos que van cayendo tras cada cumpleaños. Y este encontronazo indeseable, vendría a ser (como en el juego de Mus) un órdago a la grande con cuatro reyes y siendo mano:

la errátil salud de los padres

Desde nuestra más tierna infancia, vemos a nuestros padres seres inmortales, casi indestructibles, un tanto dioses, creando en nuestra mente venidera una imagen de ellos, que ni siquiera nos planteamos el hecho que algún día de viento huracanado, apagará de cuajo la vela de sus vidas. Esta fatídica circunstancia, también se incluye en un capítulo harto macabro del guión que define nuestra efímera existencia. Es uno de los párrafos que jamás de los jamases querríamos leer en nuestra biografía, pero que el día menos pensado también leeremos sí o sí, con los ojos humedecidos, el corazón agarrotado y un silencioso crujido en el alma que algún destrozo hará por dentro, sin piedad alguna.

Vamos siendo testigos de los estragos del tiempo, de tanta vuelta insistente de las manillas del reloj, y de como se va desmoronando nuestra juvenil apariencia, con razón de más la de nuestros queridos padres ya mayores, viajeros con pensión completa hacia la ancianidad, desmoldando así nuestros esquemas de indestructibilidad que sólo ellos tenían, o eso creíamos a pies juntillas cuando éramos tan bajitos, tan inocentes y sin una simple arruga en nuestro traje de piel.
Ese hombre, esa mujer, malabaristas en darte lo mejor de lo máximo, desgastaron la pila en criarte y darte un amor ciego e inenarrable, pero hay que ser realistas y entender que en su irrevocable ocaso, la naturaleza tan sólo hace su trabajo. Y es muy eficaz la jodida. Tanto, que nunca falla.

Ellos nos cuidaban con tesón y cariño, sin condiciones que pudieran avistar algún tipo de interés, con una fuerza sobrehumana de la que tan sólo podrían ser dueños una madre o un padre. Hoy se va acercando la hora de devolverles esa pelota  que un día nos prestaron, y cuidarles con firmeza en la ineludible cuenta atrás de su viejo cronómetro. Atenderles como se merecen en su declive vital, con el corazón en una mano y la incertidumbre en la otra; porque es cierto que la vida es dura, la vida va en serio, y cuando tienes a un padre, ayer indestructible y hoy ya demasiado vulnerable, la crudeza de este baile se multiplica por cientos.

Imposible para un hijo con el padre en la cuerda floja, volver a sonreir con la misma intensidad que ayer. Pero la vida es así, con sus alegrías, sus putadas y putadones, y a razón de ver yo ahora la vida un poco más gris y más bestia, he de ser rescatado con urgencia por los duendecillos de la resignación y mitigar, en lo posible, el dolor contenido en el baúl que alberga mis sentimientos hacia ese progenitor con el que fui obsequiado. Ese gran padre, que sin ni siquiera buscarle, siempre estuvo a mi lado desde bebé, hace algo más de cuarenta años, sin otra motivación que el amor infinito e incondicional que siempre me profesó, con exquisita determinación.

Dedicar este homenaje a aquellos hijos que sufrieron la enfermedad de sus padres, y aguantaron estoicos aquellas tempestades que hicieron tambalear la incierta salud de lo que más querían. La salud -por ende la vida- de esos viejos amigos y consejeros que nos hicieron el mejor regalo posible:  nacer




  






Carlos Gómez