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lunes, 3 de octubre de 2011

como Pedro por su causa


Pedro solía verte dos veces a la vez, y no sólo por ser amigo de un tal Don Simón.
Pedro alias "el tuerto", era un convidado del dios Baco, un joven con cara de adulto y descarado desmadre. Pedro fue un pistolero sin pistolas, que mataba el tiempo tirando su futuro como el que tira de la cadena y cae por el retrete. Vivía a sota-caballo-rey entre ese retrete, un sofá rojo skay, y un receptor de televisión en blanco y negro, colores como mandaban los cánones, o primeros años ochenta cercanos ya a la Prehistoria. El otro ojo que le quedaba dióptrico perdido, se lo echaba siempre a su vecina Sara, pero ésta se lo tiraba a la cara, como jugando un partido de tenis entre los dos; así dicho a ojo de buen cubero. En el partido, Pedro tragaba mucho barro, o dicho más claro: Sara pasaba de él como de comer mierda.

Y es que Pedro tenía las esperanzas justas para pasar el día...

Era un Pedro y figura.

Y es que Pedro, de belleza irresoluta o tirando a Carracuca, nunca tocó el cielo. Lo único que tocaba eran los cojones a los polis, alguna litrona y los botones de su amiga la tele, aquella en blanco, como su desviada esclerótica y negro, como su desviado futuro. Y se pudo saber que los botones de esa tele, eran los únicos botones que desabrochaba. Al parecer, chicas candidatas al desabrocho botonero vivían sólo en la imaginación de tan curioso personaje nacido en Getafe.

Sus bolsillos no eran capaces de albergar siquiera una simple moneda, circunstancia que aprovechó para poner la neurona a trabajar, como Pedro por su causa y, llegó a la conclusión de dar un palo, y no al agua, sino a un bar cualquiera.
Tras deliberar con sus fantasías, encendiendo su inexistente bombilla y su existente canuto de marihuana, se armó de valor y una noche sin carnavales, se puso el disfraz del Pepe Gotera del latrocinio, con el patrocinio de su inherente torpeza, o sin saber hacer la "o" con SU canuto. No estudió en su vida, ni falta que le hizo, pero en este caso hizo un esfuerzo y, de repente, casi todo estaba ya estudiado para él: hacer trizas el cristal, entrar con sigilo y servirse, como el que va a un Mercadona cualquiera pero sin pasar por caja. Casi todo estaba estudiado al detalle, salvo en un pequeño punto a considerar, o buscar un bar que se dejase robar.

Lo de caminar no le iba, aunque siempre anduvo perdido, y como andar nunca fue lo suyo...

¿Qué mejor que dar un palo nocturno al bar de al lado de casa?

A Pedro le llegó la hora acordada en un vis a vis con su inoperancia. Sincronizó su reloj con el de un Otilio ficticio, se lio la manta a la cabeza y tapó su cara con lo primero que encontró o bien las bragas de su hermana Aurelia ¡eso es casi incesto!, y se dispuso a dar por el saco, ¡habemus atraco!, armado con otro saco, que sacó, vaya usted a saber de donde coño lo sacó. Las bragas de la Aurelia, sí se saben de donde coño venían y también un pedrolo que encontró en un parque del pueblo de al lado.

Vamos, arsenal envidia de la OTAN...

Pedro, tras hacer de celestina entre la piedra y el cristal del bar de la esquina, hizo que éstos se besasen con una pasión rompedora, sin cortarse ni un pelo, aunque al acceder al bar sí se cortó un dedo con el cristal desvirgado por Pedro y su pedrolo. Tan sólo hizo falta un minuto, el onomatopeya "¡crash!" y rebotó con sus huesos en el interior de Casa Maroto, como Pedro por su casa (la de Maroto, éste sin moto) y las bragas de la Aurelia por cabeza, dando Pedro de comer al saco: cuatro jamones, algunos tercios de cerveza, unos cartones de tabaco y algunos Cantimpalos, también choriceados.

La investigación policial sugiere que tan sólo hizo falta seguir un reguero de sangre de dedo, que no apuntaba a cualquier pajillera con menstruación, sino a alguien con un dedo de frente, dedo vendado. Un sanguíneo río de plaquetas, vicios y algún que otro glóbulo rojo, pero río, que nacía en la puerta de Casa Maroto, bar de los cristales rotos, hasta la misma puerta de la casa de Pedro, a tan sólo diez metros, donde el río rojo encontró su desembocadura.

Una orden judicial. Esa fue la llave que abrió las puertas de Pedro por su casa a unos simpáticos agentes, que dada la facilidad en esclarecer el caso, digamos que no dejaron al inspector Colombo a la altura del betún, ni mucho menos. Pedro les recibió con Los Chichos sonando de fondo, mano vendada, alegando que se cortó con un cuchillo jamonero destripando el jamón que, según él, recibió de premio en la tómbola. Hizo un triste conato de invitarles a jamón alegando esta vez, infeliz él, que era su cumpleaños feliz. Su DNI decía que nació otro día, alegando Pedro que se trataba de un craso error administrativo, pero no coló. Tengo que decir que los agentes no aceptaron la invitación, agradeciendo a Pedro el detalle, alegando que ya habían merendado y que no se preocupase, que en el penal de Carabanchel también le iban a dar de merendar muy bien, aunque jamón no creían pero tomates sí,  porque menudos tomates se montaban por allí de vez en cuando...

Pedro anda últimamente más perdido que de costumbre, que ya es mucho decir, y tiene otra aventura preparada. Anda buscando un saco, alguna piedra y rebuscando en el cajón del armario de su hermana Aurelia.
Busca también candidatos que colaboren, imprescindible coche, mononeurona y buena presencia, para dar el atraco que le ponga de golpe y porrazo en las Seychelles. Nada más y nada menos que en el Banco de España quiere hacer la pifia.... y por lo visto, ya lo tiene todo estudiado...

¿Algún voluntario?


(Continuará)



Carlos Gómez