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viernes, 28 de enero de 2011

El latrocinio del diablo





No podía dejar de hacer alusión a una vieja y abominable práctica, vivida desgraciadamente en nuestro país, allá por los años 60/70 e incluso los 80, en la que neonatos inocentes, nacidos en hospitales públicos, ajenos a las miserias humanas de entonces, eran arrancados cruentamente de los brazos de los padres, para aportarlos a gentes carentes de escrúpulos, de apestosa ideología fascista, afines a aquel régimen dictatorial, del cual no comparto muchas cosas, como la que hoy me ocupa escribir.

Según he podido constatar, solían robar a los bebés nacidos en el núcleo de familias humildes, de ideología de izquierdas, para que fuesen adoptados por familias afines al Régimen. De esta forma, se fomentaba la proliferación de nuevos adeptos.

Ni a la secta más siniestra se le podría haber ocurrido semejante atrocidad.

Conozco un caso, de primera mano, en el que un día, se dio tal miserable circunstancia y voy a osar ponerme en la piel de esos padres, vecinos y amigos mios de toda la vida, pues tiene que ser invivible el sufrir tal acto despreciable, pútrido de bajos instintos, en el que no encuentro el calificativo adecuado, porque es tan grave que ni lo tiene.

Por muchos años que hayan pasado, por mucha lluvia derramada... estos perturbados ladrones de bebés no pueden quedar impunes.

¿Cómo es posible, que algunos funcionarios, e incluso cierta gentecilla (NO INCLUYO A TODOS) de un sector mafioso-clerical, bestias con sotana y piel de cordero, se vieran envueltos en esa oscura trama,? ¿Cuántas sucias pesetas de la época recibían por demoler una familia, para siempre?
¿Existe dinero en el universo suficiente para justificar semejante barbaridad?

Por supuesto que no existe, como tampoco existió la conciencia en estos maestros de terroristas, porque eso era lo que eran:

TERRORISTAS.

Sé muy bien, que el ser humano, todos nosotros, tenemos un lado ciertamente, diría yo, siniestro, pero no alcanza mi razón a imaginar que estos seres (por intentar ser correcto con semejante calificativo, que no merecen), pudiesen cometer semejantes tropelías nauseabundas, infectas de pecado, los muy católicos, apostólicos y en este caso, marranos.

Hasta la más ruin de las alimañas sentiría vergüenza ajena, por el obscurantismo que ha rodeado al asunto. Gracias a ANADIR se empiezan ya a mover hilos, pues esta asociación calcula en 300.000 los niños que fueron amputados del cordón umbilical familiar; muchas más personas que habitantes en pueblos grandes, como Getafe.

Tengo hoy dos mensajes que ofrecer:
el primero lo dedico a esta honorable familia, amigos míos, y les envío mucha fuerza para no desfallezcan en la noble causa de encontrar a su primogénito, a su hermano; arrancado silenciosamente de sus vidas, impunemente robado, de forma cobarde y rastrera, con engaños y tretas maliciosas.

El segundo mensaje, más breve y explícito, va destinado a aquellos despiadados que colaboraron en esta barbarie humana, de conciencia inerte, de oscura existencia, la cual el karma, verdadera justicia, hoy les habrá puesto en el sitio que les corresponde.
No me sale otro calificativo para ellos. Lo siento :  ¡hijos de la gran puta!

lunes, 24 de enero de 2011

Nunca es tarde, Pablo




Elegiste una bella profesión, fascinante como tú eres, bregando con aquellos niños problemáticos, carentes de futuro e ilusiones, víctimas del fracaso paterno, el desapego social y las circunstancias.

Desprendías luz, irradiabas sabiduría allá donde ibas. Tu imperecedera sonrisa sosegaba nuestra rebeldía, nuestro afán de producir agravios a la sociedad, propios de la edad y el entorno en el que fuimos criados. Conocías muy bien los entresijos de la psicología humana, y desde la nave de tu conciencia, nos guiabas por el camino correcto, sin pretensiones, sin esperar nada a cambio. Algunos, como yo, supimos escuchar tus palabras, repletas de conocimiento. Otros, por el contrario, hicieron oidos sordos a tu empeño, cayendo estrepitósamente al vacío, como estaba asignado en su breve y funesto destino.

Tu presencia en el barrio donde crecí, fue condición sine qua non para que los más instruidos, los que sabíamos que caminábamos por senderos equivocados, eligiésemos el camino correcto. Te debo tantas cosas que inviable poder devolvértelas, salvo reflejando en mis escritos hacia tu persona, tu inestimable labor como educador de jóvenes abocados al abismo.

Sé que practicabas Yoga, ya en esa época, cuando la ignorancia colectiva te ponía en una tesitura complicada, de incomprensión por parte de la sociedad en general. Nos animabas a practicar esa milenaria técnica, convencido tú que aportaría luz a nuestras vidas y, nosotros, desde el desconocimiento y la socarronería, nos burlábamos, mientras esbozabas una sonrisa sincera, cargada de buenos sentimientos, para con nosotros.

¡No seáis malos! ¡Pero mira que sois cabroncetes!  nos decías siempre, aludiendo a nuestro temperamento insurrecto, hacia ti, hacia nosotros mismos...  hacia todo.

Amigo:
donde quiera que estés, aprovecho para agradecerte tus sabios consejos, retomando la paz y concordia que supiste transmitirme allá en mis tiempos de inconsciente mocedad, y hoy, ya en la cúspide del camino, en la ineludible madurez que me hace retomar el vuelo, pongo en práctica tu inefable conocimiento.

Nunca es tarde, Pablo. Nunca es tarde.