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lunes, 11 de abril de 2011

el declive



No hay motivos para engañarse. Si bien es cierto que envejecemos más tarde que nuestros antepasados, no quita peso para reconocer, que a partir de los cuarenta, empieza realmente el declive en la vida de un ser humano. Cierto es que avanza lentamente, pero hay que ser realistas: el reloj vuela y comenzamos a marchitarnos, como una planta a la que se le acaba el ciclo de flora. Hoy abro los ojos y veo que ya soy un hombre maduro, cuando me parece que el otro día era un chiquillo, con menos canas y más pelo.

Lo dice alguna fotografía, yo no...

Las arrugas avanzan a gran velocidad, como queriéndose apoderar del rostro, impacientes ellas, y demasiado hijas de puta para ser sólo arrugas.
Cuando eres joven piensas que siempre serás así, que envejecen los demás menos tú, jijijij
¡Menudo abrazafarolas estaba hecho yo!.

Supongo que la mente intenta ocultar lo que nos espera después, para no amargarnos mucho el crecimiento, porque tiene que ser deprimente, sobre todo para un joven, el saber que algún día, y con mucha suerte, tendrá aquel aspecto de irrevocable ancianidad. Vamos, que casi me deprimo hasta yo, que ya voy cuesta abajo y sin frenos, por el tobogán de la vida... bueno, no hay que exagerar, que aún me queda media pila y encima son alcalinas.

Pensándolo bien, lo mejor es vivir el momento e ir envejeciendo con dignidad, sin pensar demasiado en los problemas de la edad, porque realmente es un problema la degeneración mental y física a la que hemos de enfrentarnos, sin evasiva posible. Por todo ello, no viene mal empezar a cuidarnos un poco, ralentizando así los efectos devastadores de la edad, haciendo ejercicio moderado, alimentándonos correctamente y sobre todo, adoptar una actitud positiva ante la vida, que ya sabemos viene cargada de fatalidades, pero también de situaciones maravillosas, y en esas es donde hemos de poner nuestra atención. Las cosas malas pasarán, igual que pasa la vida, que te lleva inexorablemente al principio de tu fin. Y reitero lo del principio de tu fin, porque dicen las malas lenguas que hay vida después de la muerte, que te reencarnarás en príncipe o mendigo, y los más atrevidos afirman que hasta en una coliflor ¿Será cierto?. Yo querría reencarnarme en un Borbón para tener pasta sin dar palo al agua que sostiene algún yate, ¿Y tú?

En cualquier caso disfruta de esta vida, que es corta...  y a veces muy cabrona.




Carlos Gómez

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