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lunes, 4 de julio de 2011

el último viaje

                          
                         ni con alas escaparás a su timbrazo en tu puerta




Ya puedes esconderte en los confines del universo, que este árbitro te vigila incansable, esperando tengas el mínimo descuido para sacarte la tarjeta roja que hará abandones el terreno de juego, aunque queden  algunos que no se han enterado, y piensan que jamás se irán al banquillo, eternamente. Todos tenemos alguna tarjeta amarilla, que algunas putadas ya hemos hecho en este partido que es la vida en directo. Y quien esté libre y apocado, que tire la primera piedra.

La mala noticia es que el pase a la vida caducará en cualquier instante, y más pronto de lo que nos gustaría, así que lo mejor va a ser complicarse lo menos posible, buscar atajos y disfrutar más.
Cuando conduces tu coche a un destino, procuras ir por el camino más corto, más fácil y más rápido, cual Tom -Tom que funcione. No das rodeos innecesarios que te compliquen, aún más, lo complicado. Verdad es que mejor viajar en Ferrari con la piel bronceada y cubierta de Armani, eso lo sabe hasta un paleto como yo, pero...

a veces se deja a un lado lo verdaderamente válido, lo esencial -como el amor de los hijos que no tengo aún- en un absurdo afán de coleccionar materia y enterrarse en panteones de oro, que eso viste bien y engorda el ego (subterráneo) que no veas...

Este bicharraco al que llaman muerte me hace recapacitar en lo mal que monté este chiringuito al que llaman vida, habiéndola entramado tanto, como muchas veces la entramé innecesariamente, por aquellos laberintos de muchas entradas, pero de casi ninguna salida. Jamás tuve que comprar pase alguno a aquellos laberintos, y resulta que no compraba un pase, no...  ¡compraba bonos enteros!, como el impoluto soplapollas que fui, y que hoy sigo siéndolo, pero con matices ya no tan perfectos, a mis ya mismo...  treinta y once tacos.

En algunas ocasiones, frente a mi se ha parado a saludar con la guadaña, el hijo de puta al cual dedico hoy mi vómito literario, mientras yo tan pequeño, giraba mi cabeza en ademán de sueco, o haciéndomelo, a la vez que media vuelta y mis pies ponían tierra de por medio, que aún me quedan muchas heridas por curar, perdones que ofrecer, cosas por escribir, muchos abrazos por dar, pequeñas ilusiones por cumplir, y sería un desperdicio llevarlas ya conmigo al más allá que "pacá", donde no hay tabaco que fumar, playas que explorar, ni cobertura de onda. Y vivir allí, me da en la nariz que va a ser una putísima mierda. Demasiada paz para mi...

Ahora mismo soy inmortal, en los segundos siguientes quizás no lo sea, así que voy a disfrutar de ese cielo embadurnado de azul, de aquel árbol tan generoso que me regala su sombra, con una cerveza fría en la mano y las ganas de vivir recorriendo libre los entresijos de mi mente.

La Moraleja del asunto no es un barrio de ricos al norte de Madrid, no. La Moraleja es esto:

Disfruta ahora de lo que tienes acceso inmediato. Saboréalo sin titubear. Sé feliz con lo mucho y poco que tengas, y desde tu consciencia que nada es para siempre, procura valorar los paisajes de tu caminar en la vida, por efímeros que sean, hasta que el siniestro caballero venga en tu busca, que ni con lanzallamas podrás escapar a su indeseable visita. De nada servirán sinceras súplicas que pudieran ablandar su empatía de roca. Este tipo intratable, en cualquier momento cortará el suministro que revive tu orquesta, apagará tus luces y bajará el telón, pero sin aplausos y con llantos directamente proporcionales a lo buena gente que hayas sido. Te envolverá en sus brazos y te dará una vuelta infinita por la nada, en un viaje sin retorno posible. Un viaje de una paz irrevocable. Tu último viaje.

Avisado/a quedas.


Carlos Gómez

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