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viernes, 4 de noviembre de 2011

me crecen los enanos



Tuve una infancia bastante movida, mi particular movida de los 80´s en sesión infantiloide, donde el aburrimiento era un tipo al que no tenía el gusto de conocer, ni falta que me hacía. Si llego a saber lo que vendría después, posiblemente me habría quedado a vivir allí, sin cambiar descojone, petardos y circos con enanos por hipotecas, decepciones y otras mierdas. Entonces comíamos toneladas de dulces y no nos subía el azúcar. Ahora ya se dispara hasta cuando sube el euríbor y recibes la visita inesperada de tus suegros. Mientras algún genio no invente la máquina del tiempo, viajar en la madurez es lo que toca, y mucho me temo que ya no descambian el billete. Demasiado real es esta película de suspense, como para creer, a mis taitantos, en maquinitas del tiempo...

Y sino que le pregunten al niño que llevábamos por dentro y fuera; aquel que tantos años nos acompañó y el viento no se lo llevó, sí el tiempo, condenando hoy a ese niño en nuestra mente al ostracismo más absoluto. Hoy he rescatado de mi memoria a aquel viejo niño que llevo escondido en lo más profundo de mi azotea. Supongo que se escondió para no saber nada de historias macabras de adultos. Ya se anda bastante ocupado e inmerso en sus antiguos mundos del cromo de Maradona.

Hoy tiro por la calle de enmedio y recuerdo a mi pandilla de entonces, que entonces nos gustaba hacer el gilipollas por las calles de enmedio y aledañas, pasándonos por la piedra las "recomendaciones" (llámalo hostias) de los mayores. Muchos cruces de cara y pocos de palabra recibí en respuesta a mis diabluras a padres, profesores, algún vecino mezquino y parroquianos varios, que un poco tonto me quedé, y por ese motivo escribo, para desahogar mi tontuna hecha secuela. En mi caso, hubo tiempos en los que la vida se movía cuesta abajo, sin tanta pendiente como toca subir hoy.

Y para más inri, mi locomotora ya va siendo de carbón...

Aquel mocoso de rizos -o yo- fabricaba curiosos artilugios con la peña del barrio, echándole un par al tirarse por las calles cuesta abajo de gratis, con un trozo de tabla, sueño de bricomaníacos, y acoplada a unos rodamientos de automoción que desaparecían "misteriosamente" de una fábrica sita en la villa que me vio crecer, o llamémosle Getafe. El cachibache ideado por el espabilado del barrio y complejo de Einstein (un genio y figura que hoy está liado con la invención de máquinas del tiempo)  tan sólo sufría un agravio para nada importante: resaltar que los frenos eran las manos, el ABS los dientes y ahí va ese al hospital. Llegabas a casa con las ropas hechas una porquería y los guantazos de los padres hacían el resto; así ibas bien calentito a la cama y no te hacían falta ni mantas ni nada. El manido "¡a la cama sin cenar!", para mi ya era como un mantra que rebotaba insistente en mi cabeza de chorlito mientras mi estómago se hallaba más vacío que el cerebro de un político. Eran otros tiempos donde había jarabe de palo, y no era el grupo musical ese el cual prefiero mil palos en las costillas antes que soportar lo del beso de la flaca.

Nos colgábamos de la vida alegre como si de una ristra de chorizos se tratase, que mi panda  (yo no) un poco chorizos sí eran, cuando curiosamente siempre "ganaban" jugando a los cromos con los críos del otro barrio, pero no el otro barrio del más allá, sino en un barrio más allá del mío. Lo que sí yo mataba por el cromo de un tal Maradona. Hoy, Maradona ya de por sí está hecho un cromo...

Fíjate que aún conservo alguna moneda de aquella época, moneda con el gepeto impreso del tío Paco Franco, moneda testigo ineludible de nuestros escarceos con las gominolas, bambas de nata, máquinas de marcianitos y algún cigarrillo suelto que el kiosquero Enrique nos vendía sin remordimientos. Los adultos nos increpaban por fumar tan precoces: ¡Te vas a mear en la camaaa!, nos decían. La verdad es que jamás nos meábamos en el catre y, sin embargo, hoy de adultos nos cagamos en los políticos... y sin necesidad de fumar ni nada.

Rebuscando en el top manta de dentro mi cabeza, elijo un recuerdo de aquella época, y no pongo en entredicho lo dicho: éramos brutos, ¡pero brutos de cojones!. Un claro ejemplo... aquel oscuro juego, "churro media manga manga entera", en el que bien te daban una somanta entera, manta de hostias hasta en el interior de los huesos; a eso lo llamábamos jugar y divertirse. Luego llegabas a casa llorando de la somanta palos que habían regalado a ti y a tu esqueleto de goma, y en casa, ya sin mucho ánimo de jugar, tus padres querían seguir jugando, pero con la zapatilla en la mano otra vez y recordándote esta vez lo que valía un peine; circunstancia que te hizo aprender los precios de todo el muestrario.

Es fácil suponer que los críos de entonces teníamos siete vidas. Pienso, luego existo con ya sólo media, que me dejé las seis y pico restantes en una época en la que teníamos más peligro que un pavo en nochebuena; época que el tiempo hoy nos robó a punta de recuerdos, impune el tiempo ladrón, porque así dicta su impunidad una ley: la ley de la vida misma. Es cruda su ley.

He de suponer que si no las diñamos en nuestras peligrosas andanzas con la infancia, ya no morimos ni de coña; o quizás sí, porque al final con tanta crisis y tanto rollo... no me extrañaría ni un pelo de tonto que nos pudiera dar un patatús de un momento a otro. No me importaría jugar hoy al "churro media manga" con Zapatero, poniéndole de burro en el juego del "churro" o ponerle a caer de un burro, para que se fuera enterando de lo que vale el muestrario de peines.

Y de lo que vale un café...




Carlos Gómez