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viernes, 23 de septiembre de 2011

la vida es sueño... o pesadilla



Una mañana, la diosa fortuna besó a Juan. En verdad, no le dio el beso que esperaba...

El sueño:
En la primera cita, le pegó tal beso en los morros... que fue capaz de convertir una simple moneda en una abultada cuenta bancaria. Consiguió un alto puesto en el "tanto tienes tanto vales", y la lotería que a mi no me toca también hizo lo suyo, pero con Juan. Se acostó con la diosa esa, sin pijama, sin condones, pero con un boleto de Primitiva, que al día siguiente resultó ser un certero pasaporte a la abundancia absoluta; lo que yo te diga. La banda sonora de su vida ya no sonaría a sinfonías en las que algún acreedor mosqueado era el director de orquesta.

Juan fue un hombre feliz y además bien hallado en el bulevar de la riqueza, que un día halló escondida tras los caprichos del azar, siendo el azar confidente fiel de la diosa fortuna, la besucona adúltera de Juan.
Era un nuevo rico feliz, o más bien era un rara avis para los amigos. La vida le mostró entonces su mejor cara. Además, era la media naranja de la otra media, pues su atractiva mujer cosió sus sentimientos a los de él, con efecto retorno, siempre cómplices de su particular bolero. Fruto de ese regocijo amoril, y con prisa por salir, de cabeza nació Andrés. Fue precisamente esa cabeza, la que convirtió la vida de ensueño de Juan, en...

La pesadilla:
La vida de Juan era envidiable, digamos de oro, hasta que ese oro se quedó sin kilates en el momento justo que recibió una llamada telefónica. Fue algo terrible que le puso contra las cuerdas, porque precisamente fue una cuerda la que abrazó con envenenada pasión el cuello de Andrés, que utilizó para apagar definitivamente las luces que a veces iluminaban su cordura, pero otras veces le llevaban de la mano a los oscuros sótanos de la esquizofrenia. Esas malditas voces en la cabeza del primogénito Andrés no ayudaron, no; sino todo lo contrario. Las voces que recomendaban el abismo en la cabeza de Andrés, cuando contaba primaveras treinta y tres, se llevaron el gato al agua. El gato agotó su séptima vida esta vez, a tan sólo tres palmos del suelo, a varios del techo y tocando ya la eterna calma que su mente le negó en vida. Las voces callaron.

A Juan ahora le tocó la lotería de la debacle. La diosa fortuna, esta vez le arreó, además con expresa lujuria, el beso de Judas. La partida de la vida hoy le pinta en bastos. Algún día tocó el cielo con sus manos, pero entre tanto sueño hecho real... el diablo andaba escondido, con el maléfico fin de empujar, esperando que ese día pasase Juan. Un empujón a traición de Satán y cayó a un sitio en el que si ayer tragaba banquetes repletos... hoy traga banquetes repletos de barro y sin ya cucharas de oro, sin ya babero que pudiera amortiguar tanta mierda hecha vida.

Padre carcomido por las fauces de una incompasiva depresión, camuflada en el fondo de un cartón de vino y además peleón, comenzó a quitar apuntalamientos en su vida y por ende, ésta se fue desmoronando como se desmoronó la sonrisa de Monalisa que antaño en su cara dibujó. Ya tenía bastante con luchar por digerir la indigesta pérdida de su malogrado hijo, víctima éste de una jauría en su mente quebrada y al fin en silencio. Pasto de las pulgas por ser perro flaco, Andrés, sin ser aún perro viejo.

Trece años después, trece, de jugar al escondite con la oscura depresión, Juan, tras una lucha encarnizada contra los demonios de su mente y de momento perdiendo a los puntos, hace hoy de su techo el cielo estrellado, firma contratos con la ruina e incluso baila tangos tristes, aunque sea con la más fea y hace de su libertad una bandera, a media asta, sí, porque no se puede ser más libre que un vagabundo, no, aunque en este caso...  Juan "el vagabundo" no bebe los vientos de la libertad, sino vive en la peor cárcel que podría algún día imaginar:

la cárcel de su actual desequilibrio psíquico.

Mucha suerte te deseo, Juan.


Carlos Gómez

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