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domingo, 4 de septiembre de 2011

alguien voló sobre otro nido



Y no fue el del cuco.

Getafe (Madrid), años 70/80. Niño prodigio y rebelde, eso hubo dios que lo vio, no hay dios que lo pueda negar, pero sí dios que lo de rebelde supo arreglar. Actos delictivos propios de adultos en la mente de tan sólo un niño que cambió juegos de bolos por balas, mocos y cromos por calabozos y robos, no pocos.

Volcán en erupción de desviado talento, que dadas sus particulares circunstancias de entonces, su inocencia infantil amputó, y apuntó prematura y directamente hacia los submundos oscuros de la delincuencia juvenil. Desgastó la joven suela de sus zapatos más de lo recomendado, de tanto bailar con lobos de gran envergadura, lobos de gran mordedura, y en consecuencia traspasó la sutil barrera que separa la cálida escuela de los gélidos reformatorios para menores, en los que un día destapó los visillos de las ventanas, advirtiendo un nuevo mundo de colores más claros, al fin alejándole de las tinieblas que nublaron aquel alma de niño. Y de qué manera...

Fuiste Juan Carlos Delgado, "El Pera".

Harto de tanto boxeo con la justicia, guantazos de ida y vuelta cual David y Goliat, que ocuparon algunas noticias sección sucesos, un buen día acumulaste los mismos guantazos y se los devolviste a los demonios que usurparon cuerpo y mente de aquel niño de inusual currículo, alejándoles cierto es, de tu incierto diario, pasando páginas color sepia, nada recomendables, en un claro ejemplo de superación personal, dando la vuelta a la situación en la que tu satisfacción por conducir era la desdicha de otro. Diste esquinazo a tus actos delictivos y por el camino te encontraste con otros más constructivos, por el bien de todos y de ti mismo. Hoy bien mereces el respeto de una sociedad antaño bastante enfadada contigo.

Fotos en blanco y negro y aguas pasadas, turbias, que movieron tu incipiente molino entonces tan joven y declarado en ruinas, que con tesón y firmeza supiste rehabilitar con el beneplácito de la coherencia y un trabajo de ingeniería conductual que rebasa la excelencia, amigo Juan Carlos.

Tras varios años moviendo ficha en tu tablero, jugaste con fuego, y la providencia que apagó ese fuego tiene nombre y apellidos para ti: Alberto Muñiz. Él fue el trampolín en medio del abismo que pacientemente y varios saltos más tarde te colocó, gracias al esfuerzo y colaboración de ambos, en el camino correcto, canalizando así tus vientos de prodigio hacia una vida firme, dentro de la legalidad y mucho más, porque un día pintaste tu oscura pared de color esperanza, con tu talento y bien lo aplicaste, haciendo de ti un tipo diferente, popular, digno, próspero y respetado en la sociedad actual.

Aquella que ayer pidió tu cabeza y hoy te pide autógrafos.

Y yo, Perita, tanto me alegro.


Carlos Gómez














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